viernes, 27 de mayo de 2011

Un periodismo en cuidados intensivos


El periodismo judicial está hoy en cuidados intensivos. Cada vez aparece con menor frecuencia en los periódicos y cuando se exhibe lo hace por la puerta de atrás, para no ensuciar el resto del tabloide y para que el lector no se sienta agredido con información que, supuestamente, no quiere leer.

Actualmente las hojas de los periódicos están invadidas de estadísticas, al ser humano se le ve como una cifra y en ocasiones se desfiguran los datos, para darle paso a las versiones oficiales, a las que toman como única verdad.

Sin el tradicionalismo de otras épocas, se banaliza la información, pues se pierden los detalles, caracterizaciones y descripciones que hacían que un crimen se diferenciara de otro y fuera recordado como una tragedia particular.

Los escritos de hace 50 años tenían diversas características, en primer lugar el periodista cumplía una función detectivesca y solía hacer un seguimiento detallado y permanente a los hechos, con el fin de llevar su información a los estrados judiciales y desenmascarar al culpable.


Éste investigaba hasta la saciedad un tema escabroso y sólo lo publicaba cuando tenían un resultado conciso, sin importar que eso pudiera tardar dos o más años. Esto permitía que lo obtenido en cada investigación se convirtiera en crónicas, informes especiales y reportajes de largo aliento que, en ocasiones, se publicaban por entregas.

Al cabo de las décadas, la información de las páginas judiciales se convirtió en condensados de cinco o seis párrafos por crimen, sin que nada pudiera ser esclarecido por parte de los reporteros. Esto se debía en parte a que la Medellín de los ochentas ya no era la misma ciudad de los años cincuentas: los habitantes comenzaron a contarse por millones y los muertos, ya no por unidades sino por decenas.


La maraña del narcotráfico, drogas, corrupción y violencia de los grupos armados en los ochentas y noventas hizo que se perdieran de nuestra memoria colectiva, aquellas páginas, con crímenes y desdichas narradas, que sirvieron como testimonio de la historia de Medellín.

Aunque fueran como mitos, resulta enriquecedor conocer relatos tan ricos y tan escabrosos como el de los “chupasangres”, el del asesino del edificio Fabricato, el del barba azul criollo y otros tantos que nos recuerdan que el crimen es un relato que le aporta identidad a una sociedad y que, a pesar de la paradoja, la vuelve más humana y sensible al dolor.

Hoy en día el periodista es un investigador o simplemente un reportero que está dando noticias de las historias, aquel que los medios utilizan como una herramienta para exacerbar el morbo social, aumentar las ventas y los ingresos publicitarios, ya que la información es concebida como una mercancía y no como un bien social, es así como la ambición por el lucro la degenera en productos abyectos donde la sangre es espectáculo y portada.

Los periodistas, al parecer, han olvidado que su responsabilidad es con las víctimas, no con la sociedad, por eso es necesario que cuando consigan “la chiva” con la que sueñan, es decir un suceso de mucha gravedad y extraordinario, entiendan que lo importante no es demostrar que ellos y su medio de información estaban al tanto de la ciudad; en el rastreo del suceso que causa conmoción, sino el carácter social que le dan a su información y la merecida importancia de los dramas universales.

Por tanto el periodismo judicial se enuncia en un juicio de principios, como un periodismo que debe ser ignorado, pero que en los barrios populares se mantiene vivo, ya que es voz y eco de los mismos. En su encuentro con los barrios y en su construcción de la realidad, fiel a lo que se narra en sus calles y edificaciones, éste es éticamente un espacio social más fuerte que la gran prensa, elitista y desunida de los dramas de la vida cotidiana.

Algunos redactores judiciales de El Colombiano y Q'hubo afirman “ya no hay tiempo en nuestras oficinas para perseguir un muerto hasta encontrarle toda su historia pasada, aunque lo quisiéramos, y por eso, a duras penas, nos limitamos a los hechos que rodearon su muerte y a los móviles de cada crimen; eso sí, cuando la noticia es grande hay que seguirle la pista lo que más se pueda; se queda uno con las ganas de entregarle más al público”.



Sin embargo no deben dejar de lado el hecho de que estos escritos están en la raíz de nuestro periodismo y de nuestra historia, pues nunca han faltado en las hojas, en las ciudades, ni en los campos, asesinos y víctimas que han cuestionado el orden social, que han hecho reflexionar a la sociedad sobre sus propias injusticias y que han conmovido el alma de muchos con los detalles horrendos de las situaciones criminales en las que se han visto envueltos.

Es importante entonces pensar al periodismo judicial como una posibilidad de encuentro y como instrumento social, porque en la ética de las historias desaparecen los límites entre el rumor y la noticia, la fantasía y la realidad, lo grotesco y lo permitido visualmente, ya que la información judicial de los periódicos debe ser concebida como una novela escrita día a día, que puede ser contada en cualquier época, pues sus protagonistas, escenarios y situaciones están revestidos de humanidad.


Por ello no nos podemos escudar en el tiempo para evadir la necesidad de escribir historias de manera ética y responsable, ya que debemos ser consientes que primero somos ciudadanos y después periodistas, de ahí la importancia de reconocer que hay unos límites filosóficos, jurídicos y un derecho a la información.

Tenemos una deuda con los lectores y por ello debemos evitar incurrir en actitudes o en comportamientos sensacionalistas, es así cómo las publicaciones deben tener una bases y unos procedimientos ceñidos a unas exigencias éticas precisas, para proporcionar una información orientadora y educativa, que incida en el mejoramiento de la calidad del comportamiento ciudadano y en la convivencia.